Vivimos en la época de las denominadas «fake news« o noticias falsas. Lo que debería ser una contradicción en los términos, porque no puede ser noticia algo que es falso, se ha convertido en el día a día de la profesión. Y ha llegado, parece ser, para quedarse. El periodismo debería alimentarse solo de noticias, de las buenas, de aquellas que son ciertas, que están sustentadas en hecho comprobables y en datos contrastables.
Pero también los periodistas caemos en la trampa (a veces incluso saltamos y nos tiramos) de las «fake news«. Por intereses de diversa índole, económicas o ideológicas, los periodistas creamos y difundimos esas «fake news» que tanto criticamos. Muchas veces lo hacemos por desconocimiento de la materia, otras veces porque retorcemos titulares hasta sacarles la última gota de interés y muchas otras por imitación, puesto que nuestra competencia ha convertido un tema falso en un caladero de visitas a la web.
La solución a todo este entramado no es sencilla y en ningún caso será rápida. No es sencilla porque implica muchos factores. Muchas «fake news» surgen porque detrás hay grupos de presión (políticos, económicos, ideológicos…) a los que les interesa difundir una determinada información falsa. También está la necesidad del público por encontrar explicaciones rápidas y sencillas a cuestiones que son arduas y con muchas aristas. Y por último, la evidente rentabilidad económica que tiene crear noticias falsas y difundirlas.
Es una lucha contra lo que muchas veces podrían parecer molinos de viento, pero que en realidad son gigantes.
Y frente a eso nos encontramos con grupos de profesionales, habitualmente académicos y periodistas comprometidos, y también a audiencias más interesadas y mejor informadas que tratan de luchar contra esas «fake news» que tanto daño hacen a nuestra sociedad. Una lucha obviamente desigual en la que hay muchos que ganan y otros que pierden gran parte de su tiempo intentando luchar contra lo que muchas veces podrían parecer molinos de viento y en realidad son gigantes.
Periodismo de datos
También parece una contradicción en los términos, puesto que cabe preguntarse si es posible un periodismo sin datos. Obviamente es una pregunta retórica. No se puede hacer ningún ejercicio periodístico si antes no recopilamos los datos suficientes.
Entonces, ¿qué entendemos por periodismo de datos? En algunas charlas que he podido dar he puesto un ejemplo que puede ayudar a clarificar esta cuestión. Imagine un periodista que va a hacer una crónica de un partido de fútbol. Necesita tener una serie de datos muy claros. Las alineaciones, el nombre del estadio, los autores de los goles, quién es el árbitro, el número de espectadores que acudieron… Pues bien, para hacer periodismo de datos necesitaría tener un número tan alto de datos que no los podría analizar sin ayuda de un proceso informático. Por ejemplo, los partidos ganados por cada equipo y por cada jugador, los tiempos de posesión, los pases buenos o malos, los minutos en los que más goles ha marcado…
En la lucha contra las «fake news» resulta muy útil utilizar técnicas del periodismo de datos. Cuántos más datos tengamos de una determinada cuestión más fácil será desenmascarar falsedades. Cuanta más información, más fiabilidad de nuestros análisis.
Pero obviamente no solo necesitamos tener todos los datos para evitar caer en las «fake news», necesitamos también tener una actitud objetiva a la hora de analizarlos. Por ejemplo, si tomamos los datos de vacunación por Comunidades Autónomas, podemos ver que la Comunidad de Madrid ha vacunado a un porcentaje más bajo que la media de España y se sitúa como una de las regiones donde menos porcentaje de población se ha vacunado. Obviamente decir que Madrid va mal en la vacunación no sería del todo exacto puesto que un porcentaje bajo en Madrid puede suponer el doble de vacunas administradas que en regiones más grandes y menos pobladas. Además, en este caso hay que tener en cuenta el envejecimiento de la población que hace que en las regiones donde la edad media es más alta, se haya avanzado más rápido, ya que así lo indicaba la pauta.
Es decir, en este caso podríamos utilizar técnicas del periodismo de datos para tener a nuestro alcance las cifras de población, el porcentaje de vacunación en cada sector de edad, la evolución en el número de vacunas recibidas y administradas, el número de personas que han pasado la enfermedad… Muchos datos nos garantizan echar por tierra un enfoque que quedaría muy bien y que seguramente conseguiría el objetivo para el que se ha creado, aunque demostremos que es falso.
«Fake news», ni blanco ni negro
El informe «Predicciones Tecnológicas para el 2018» de la consultora estadounidense Gartner concluyó que en 2022 el mundo consumirá más noticias falsas que verdaderas, ya que no habrá suficiente capacidad material ni tecnológica para eliminarlas. Probablemente ya estemos en ello. Y es que las «fake news» no se ven venir tan claramente como su nombre su indica. No son piezas grotescas, ni están poco elaboradas. Bien al contrario se trata de productos muy bien elaborados y llenos de cifras, datos y referencias. El objetivo es montar una gran mentira y como tal, tiene que parecer verdad.
Es por ello que las «fake news» no son ni blancas ni negras. Caben muchos grises en todo su proceso, desde la creación hasta la distribución. Pensemos en el clásico ejemplo de un hombre ha mordido a un perro como paradigma de noticia. Para que fuera una «fake news» efectiva tendríamos que aportar una serie de datos como el nombre del perro, la calle en la que se ha producido la «agresión», declaraciones del dueño del perro y, por supuesto, de los vecinos del dueño del perro.
Nadie está libre de generar una «fake news» y mucho menos de difundirla.
Con estas premisas es fácil adivinar que las «fake news» surjan de forma casi constante y desde todas las trincheras. Medios de comunicación que no hacen bien su trabajo, partidos políticos con una visión sesgada de la vida, asociaciones de todo tipo que quieren poner el foco en alguna cuestión en concreto… Nadie está libre del pecado de generar una «fake news» y mucho menos de difundirla.
Tratar de eliminar todas es una quimera. De hecho noticias falsas siempre ha habido y muchas empresas bajo el paraguas de medios de comunicación se han dedicado a hacer grandes negocios con este tipo de productos.
¿Cómo saber si es una «fake news»?
Descubrir cuándo estamos ante una «fake news» cada vez resulta más complicado. Obviamente cuanto más informados estemos y más acceso tengamos a los datos, más fácil será descubrir que una información a la que nos enfrentamos es falsa o inexacta. Afortunadamente, los mismos medios que se utilizan para hacernos llegar las «fake news» hasta nuestros dispositivos, son los que podemos utilizar para tratar de desintegrarlas.
Internet nos da una de las primeras claves para ver si estamos ante una noticia fiable. Para ello nada mejor que hacer una rápida búsqueda con el titular de la noticia que queremos verificar. Si esa búsqueda nos devuelve que la información aparece en varios medios de comunicación, estamos más cerca de concluir que esa noticia no es una «fake news».
Quizá esta sea la forma más inmediata de atacar las informaciones falsas. Otras nos llevarán más tiempo y tienen que ver con la formación. Muchas veces se desentraña una mentira sabiendo las intenciones que hay detrás. Conocer los intereses de las empresas de la información (algunas serán medios de comunicación y otras no) es importante para saber qué intenciones tienen a la hora de difundir una u otra cuestión. Ahí cabe también el aforismo que muchas veces se utiliza en el periodismo y que tiene que ver con la lluvia. Cuando una persona dice que llueve y otra dice que no, el trabajo del periodista es abrir la ventana y ver si llueve. Esto, por desgracia, no pasa muchas veces y nos encontramos con titulares del tipo: «Fulanito dice A y Menganito le contesta B». Para este viaje no necesitamos ningún tipo de formación universitaria.
Las «fake news» y las redes sociales
Sin duda, las redes sociales son el caldo de cultivo propicio para que las «fake news» hayan tenido el auge que motiva tantas discusiones. Noticias que nos llegan por varias vías y a diferentes dispositivos. Publicaciones con apariencia formal y de fuentes formales (muchas veces nos llegan a través de amigos cuya trayectoria conocemos). Facilidad a la hora de compartir contenidos y comentarios. Lo tiene todo para difundir bulos y noticias falsas. Sería realmente maravilloso que se utilizara todo este potencial para luchar contra la desinformación y sobre todo contra la mala información. Lo genial sería que los periodistas que habitamos en las redes sociales hiciéramos uso de nuestra formación para anular esas «fake news». ¿Cómo? Haciendo pedagogía. Diciéndole a la gente que esa información, por mucho que lo parezca, no es real o no es exacta.
Vivimos rodeados de «fake news» y todos tenemos un papel en esta pandemia
Difícil luchar contra una pandemia que se extiende de forma veloz y que se camufla de manera sensacional. Como ocurre muchas veces, la primera premisa puede ser fundamental y en este caso pasa por admitir la realidad: vivimos rodeados de «fake news» y todos tenemos un papel en esta pandemia. Obviamente habrá gente que les beneficie y mucho, pero al resto nos debería importar sobre todo la calidad de la información que manejamos. También habrá empresas farmacéuticas que no quieren acabar con el colesterol, pero el trabajo de los médicos y de los ciudadanos es tratar de erradicarlo.